Enric Miralles, el arquitecto que convirtió lo inacabado en una forma de eternidad

A 25 años de la muerte de Enric Miralles, su legado vuelve al centro de la escena con el próximo estreno de Miralles, un documental dirigido por la cineasta italiana Maria Mauti que explora la vida, obra y filosofía del arquitecto catalán. Su influencia, vigente pese a una carrera interrumpida prematuramente a los 45 años, sigue marcando la arquitectura contemporánea por su carácter vitalista, experimental y profundamente humano.

Formado en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, Miralles se destacó desde joven por su creatividad disruptiva. Comenzó trabajando con figuras como Helio Piñón y Albert Viaplana, y luego junto a su primera socia, Carme Pinós, con quien firmó una de sus obras más emblemáticas: el Cementerio de Igualada. En los años ‘90, y ya al frente del estudio EMBT junto a su pareja Benedetta Tagliabue, alcanzó notoriedad internacional con proyectos como la reforma del Mercado de Santa Caterina en Barcelona y el Parlamento de Escocia en Edimburgo, este último finalizado tras su fallecimiento en 2000.

Lejos de buscar líneas definitivas, Miralles concebía la arquitectura como un proceso abierto. “Los edificios no deben terminarse porque solo así sobreviven al paso del tiempo”, afirmaba. Su método de trabajo evitaba la seguridad absoluta, explorando múltiples variantes y manteniendo una constante revisión incluso frente a la entrega de un proyecto. Para Tagliabue, esa insatisfacción permanente no era una debilidad, sino una visión adelantada a su tiempo.

La obra de Miralles se caracterizó por una sensibilidad espacial que conectaba con la fragilidad y el devenir humano. Espacios públicos con formas orgánicas, techos ondulantes, estructuras que evocan movimientos inacabados: su arquitectura no buscaba imponer, sino dialogar con el entorno, como puede verse en los espacios abiertos del Parlamento escocés o en la cubierta del Mercado Santa Caterina.

El documental Miralles, que se estrenará comercialmente este otoño tras su paso por festivales, aborda precisamente esa tensión entre permanencia y cambio, entre lo monumental y lo íntimo. Para Mauti, su directora, “su arquitectura expresa una belleza que no siempre es evidente, pero profundamente política en un tiempo tan conflictivo como el actual”.

El hecho de que sus restos descansen en una obra suya, el cementerio de Igualada, cierra un círculo simbólico que refuerza la dimensión poética de su pensamiento: una arquitectura que se rehúsa a clausurarse, que permanece abierta como los grandes relatos y como la propia vida.

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