Una generación sin ladrillos: cómo los jóvenes redefinen la idea de hogar frente a la crisis habitacional

En medio de una crisis habitacional cada vez más profunda, una nueva generación de jóvenes argentinos comienza a cuestionar la noción tradicional de “casa propia”. En ciudades como Rosario, donde el acceso a la vivienda es cada vez más limitado, los alquileres superan con creces los ingresos promedio y la estabilidad se volvió una rareza. La vivienda, en este contexto, ya no es un bien al que se accede con esfuerzo, sino un privilegio en retirada.
Según datos de la Fundación Tejido Urbano (2024/25), el 36,7 % de los jóvenes de entre 25 y 35 años continúa viviendo con sus padres por no poder solventar una independencia económica. En Rosario, los monoambientes en alquiler alcanzan valores entre $250.000 y $350.000 mensuales, muchas veces con incrementos que duplican o triplican en poco tiempo. El mercado de alquiler no solo es inaccesible, sino también inestable: contratos cortos, aumentos impredecibles y escasa disponibilidad generan una lógica transitoria en los modos de habitar.
Frente a este panorama, surgen nuevas formas de construir hogar. El ahorro para una propiedad ha sido reemplazado por experiencias inmediatas: viajes, encuentros, festivales, estadías breves en distintos lugares. Para muchos jóvenes, como Soledad y Martín, de 28 años, la prioridad ya no es pagar la entrada a un alquiler, sino invertir en vivencias. Tras un año de trabajo en gastronomía y diseño gráfico, eligieron comprar pasajes a Europa y recorrer diez ciudades. La valija, simbólicamente, resultó más accesible que la escritura.
El fenómeno no se limita a lo económico. La fugacidad se convirtió en una lógica vital: trabajos temporales, vínculos intensos pero breves, objetos que duran poco, fotografías que se pierden en la nube. En este marco, el hogar deja de ser sinónimo de estructura y se transforma en red: habitaciones compartidas, alquileres informales, mudanzas entre amigos. Lo colectivo y lo flexible se imponen como estrategias frente a la precariedad.
Este cambio cultural desafía el ideal heredado de la casa propia como sinónimo de estabilidad y éxito. La nueva generación, lejos de resignarse, despliega creatividad para sostenerse en lo provisorio. Habitar, entonces, ya no es edificar ladrillo sobre ladrillo, sino crear refugios momentáneos con lo que hay: una mesa compartida, una noche de amigos, un rincón temporal donde se siente paz.
En lugar de raíces, esta generación elige alas. Frente a un futuro incierto, su apuesta es habitar el presente con intensidad. Aunque los ladrillos no lleguen, emerge una forma distinta —y valiente— de construir hogar.
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