Zaha Hadid, la arquitecta que rompió las formas: “El 90% de una ciudad es mala arquitectura”

Zaha Hadid (1950–2016) no solo transformó la arquitectura con sus diseños imposibles; también redibujó los límites de quién podía imaginar, proyectar y construir en un mundo históricamente masculino. A punto de conmemorarse lo que habría sido su 75° cumpleaños, su figura se impone como un hito en la historia del diseño contemporáneo. Primera mujer en recibir el Premio Pritzker y autora de obras icónicas como el MAXXI de Roma, la Ópera de Guangzhou o el Pabellón Puente de Zaragoza, Hadid consolidó un lenguaje propio donde edificio, paisaje y estructura se funden en un todo dinámico.

En una entrevista recuperada por Arquitectura y Diseño, Hadid reflexionaba con crudeza sobre su recorrido. “Para hacer algo bien, uno debe sacrificarse mucho. El 90% de una ciudad está hecha de mala arquitectura”, afirmaba. Nacida en Bagdad y formada en Londres, asumió desde joven una posición marginal por ser mujer, inmigrante y árabe, pero eligió convertir esa condición en motor creativo. “Ser autosuficiente no me facilitó las cosas. Tenía independencia económica, pero me cerraban puertas”, confesaba.

Su enfoque era radical: investigar, desafiar y asumir riesgos para abrir caminos donde otros preferían mantenerse en lo seguro. “La libertad no es una costumbre, es una conquista”, advertía. Esa voluntad de avanzar la llevó a proyectar durante años sin construir, hasta que logró materializar una arquitectura que desafía las convenciones, curvilínea, fluida y casi escultural, que no imita al entorno sino que lo transforma.

Hadid se alejó de cualquier etiqueta cómoda. Se definía como “atrevida y miedosa a la vez”, pero no dudaba en incomodar al status quo. “Hay mucha gente que espera que otros abran el camino. Yo no podía aceptar eso. Alguien tenía que hacerlo”, señalaba. Su obra no solo impactó por la forma, sino por lo que representaba: una mujer liderando grandes estudios, obteniendo comisiones internacionales y marcando una estética global sin renunciar a su identidad.

Si bien logró reconocimiento en Asia, Medio Oriente y Europa continental, reconocía cierta resistencia cultural en el Reino Unido. “Sigo siendo mujer, árabe y excéntrica. Tal vez por eso, algunos clientes no logran ni mirarme”, decía con ironía. Su figura sigue interpelando a una disciplina que aún debate su inclusión, su lenguaje y sus prioridades.

Zaha Hadid dejó más que edificios. Dejó una arquitectura con personalidad, valiente, crítica y apasionada. Una arquitectura que asumió el riesgo como punto de partida. En sus palabras, “si no investigás, no sabés qué hay detrás. Si no te arriesgás, no lográs nada”. Su legado, hoy más vigente que nunca, es el de haber demostrado que imaginar otra ciudad —y otra profesión— no solo era posible, sino necesario.

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