Mies van der Rohe y el lado emocional de la arquitectura: “Nunca hables de arquitectura a un cliente, háblale de sus hijos”

En 1959, el maestro del modernismo Ludwig Mies van der Rohe dejó una enseñanza que trasciende planos, materiales y estilos: “Nunca hables de arquitectura a un cliente. Háblale de sus hijos”. Esta frase, recuperada del libro Conversaciones con Mies van der Rohe, revela su enfoque más íntimo y humano: el diseño debe partir de la vida cotidiana de quienes habitarán el espacio, no de discursos técnicos inalcanzables.

Durante casi una década, entre 1955 y 1964, Mies expuso con claridad su filosofía: la arquitectura no se impone, se interpreta, y para lograrlo, es necesario conectar emocionalmente con quien la encargará. En lugar de abrumar con jerga técnica, él buscaba entender cómo vivía la familia, qué les importaba, cómo se imaginaban sus días en ese nuevo espacio. Solo entonces, traducía esas emociones en formas, materiales y estructuras.

Este enfoque lo llevó a tomar decisiones tajantes: nunca presentaba más de un proyecto, y ese único diseño era el resultado de un proceso profundo de comprensión. “El cliente no puede saber lo que quiere, porque no sabe qué es o no es posible. Por eso confía en el arquitecto”, afirmaba. Para Mies, ofrecer opciones solo debilitaba el concepto; su trabajo consistía en ofrecer la mejor versión posible, y defenderla con convicción.

Su legado en obras como el Pabellón de Barcelona o la Casa Farnsworth confirma esta lógica. Espacios donde la función y la emoción conviven en equilibrio: líneas puras, estructuras claras y una experiencia espacial cuidadosamente pensada para el ser humano. No hay exceso, pero tampoco frialdad. Cada decisión proyectual responde a un deseo profundo de armonía entre el espacio y quien lo habita.

Mies también hablaba de educación progresiva a través del ejemplo. Creía que el desarrollo arquitectónico debía ser una evolución hacia la claridad, guiada por la experiencia acumulada y no por modas pasajeras. En sus palabras: “Cuando entendí la relación entre ideas y hechos objetivos, dejé de enredarme con ideas disparatadas”.

Al final, su método es una invitación a mirar más allá de los planos. A construir desde el entendimiento humano, donde la arquitectura deja de ser una disciplina abstracta para convertirse en una forma tangible de cuidar, imaginar y habitar el mundo. Por eso hablaba de los hijos, porque ahí—en lo cotidiano, en lo cercano—es donde empieza a tomar forma la verdadera arquitectura.

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