El eterno paradigma de la obra pública en el Nordeste

Nadie duda que la región precisa encarar muchas obras de infraestructura y que este es un tema central para un desarrollo sustentable. Sin embargo, de esto se habla mucho, se promete demasiado pero, hasta ahora, se ejecuta poco.

Existe bastante consenso al respecto. Sin importar los colores políticos y las eventuales rivalidades electorales, la inmensa mayoría de la dirigencia coincide en que es esencial dedicarle recursos para lograr ese cometido.

Con algunos matices, también hay acuerdo respecto a cuáles son las más urgentes. En ese sentido podría decirse que las prioridades también están bastante claras, aunque con algunas discrepancias no tan relevantes.

Desde el Gobierno nacional también suscriben esa eventual grilla a abordar tanto en el corto como en el mediano plazo. Todos parecen entender lo que realmente significarían para el Nordeste argentino esas concreciones.

Cuando de inversión se trata una restricción asoma inexorablemente. Tienen que ver principalmente con limitaciones económicas y financieras. Sin dinero suficiente para hacerlo, cualquier proyecto, por interesante que sea, se convierte rápidamente en un conjunto de buenas intenciones. En ese contexto, la batalla política consiste en conseguir que cada uno de los anhelos sea incluido en las partidas presupuestarias del año siguiente, para así tener luego alguna chance de que eso pueda plasmarse.

El problema central es que todas las provincias del país y la infinita lista de excelentes ideas compiten todas ellas entre sí por un lugar en el presupuesto nacional. Algunas lo consiguen y otras quedan relegadas. Hay que contemplar también un componente político innegable que depende del peso electoral relativo de cada distrito. Las provincias del norte siempre son menos significativas que las más grandes, esas otras que definen en la siguiente elección el destino político del oficialismo de turno.

Muchos de estos aspectos parecen infranqueables. Se debe asumir esta realidad porque la evidencia empírica lo confirma. Esto no sólo ocurre ahora sino que  ha sucedido a lo largo de la historia en múltiples ocasiones. Tal vez allí esté buena parte de la explicación acerca de este presente.

Frente a esa circunstancia se pueden tomar diferentes decisiones. Una es la ya conocida. Esperar mansamente que los planetas se pongan en línea por arte de magia. Esa es la opción que muchos prefieren, probablemente por comodidad, pero que ya ha demostrado ser tremendamente ineficaz.

Quienes apoyan esta tesis dicen que no hay otro camino, que no queda más que resignarse y gestionar esta variante, insistir hasta el cansancio y hasta humillarse implorando a los burócratas de turno que toman decisiones.

Habría que hurgar en otras posibilidades, que dependan más de lo local que de lo nacional. Vale la pena explorar modos en los que el capital privado pueda aportar la velocidad y eficacia que no se ha conseguido hasta ahora.

Probablemente esta modalidad no sea de gran utilidad en todos los casos pero se debe aceptar que muchas de las obras de infraestructura que se pretenden realizar son rentables con una ecuación de negocios adecuada.

Bajo ese esquema, los inversores privados podrían verse tentados a incursionar en este tipo de seductores proyectos pudiendo resolver cuestiones muy trascendentes para todos los habitantes de la región.

Es cierto que muchos funcionarios tienen pruritos ideológicos y hasta bloqueos inexplicables que les impiden investigar estas alternativas. Tal vez deberían hacer el intento de ver cómo otras naciones han logrado avanzar bajo ese tipo de modelos de trabajo, rápidos, contundentes y eficientes.

A veces con obtener una breve nómina de burocráticos permisos federales se puede llevar adelante cualquier obra, en la medida que se consiga todo el financiamiento para encararlo con absoluta profesionalidad. Abundan, en los mercados de capitales globales, diversas formas de instrumentar ambiciosas ideas. Con mecanismos inteligentes se pueden conseguir fondos para casi cualquier proyecto de inversión imaginable.

Para eso resulta vital tener suficiente claridad conceptual para permitirse pensarlo, una enorme astucia para iniciar la búsqueda de este tipo de chances y una determinación férrea para conseguirlos muy pronto.

Nada de eso es imposible, pero habrá que decir que la clase dirigente local ha preferido siempre el trayecto más cómodo pero al mismo tiempo más inútil. Ese que sólo propone esperar eternamente que caiga del cielo una bendición, y de su mano la oportunidad de hacer algo al respecto.

No sólo la clase política, sino también la sociedad civil, deben analizar otro modo de enfocar su voluntad para lograr sus loables objetivos. Repetir fórmulas conocidas no ha sido la mejor decisión. Los hechos lo demuestran.

Victimizarse porque algunos gobernantes han preferido destinar recursos hacia otras jurisdicciones, sólo sirve argumentalmente para hacer política, pero no para sentar las bases reales del progreso al que todos aspiran.

Hoy el horizonte no parece demasiado diferente al del pasado reciente. Sobran promesas, pero los meses pasan, y la meta se aleja todo el tiempo un poco más. Tal vez sea este el tiempo de probar otras variantes.

Fuente: El Litoral

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