Restauración del Teatro Nacional Cervantes

Luego de pasar largo tiempo con una estructura de andamios sobre su fachada, finalmente se reformulará un proyecto para repararlo; la increíble historia de un tesoro arquitectónico y cultural; El teatro fue fundado en 1921 y es el único está bajo la órbita del ministerio de Cultura de la Nación

La esquina de Córdoba y Libertad -sede de uno de los edificios icónicos de la cultura- luce desde hace casi una década aprisionada detrás de un corset metálico. Allí, el perímetro del Teatro Nacional Cervantes -monumento histórico nacional desde 1995- debió ser cubierto de andamios hace ocho años para evitar que, como ya sucedió en otras ocasiones, un peatón resultara herido por el desprendimiento de alguna parte de su centenaria fachada.

Luego de que una publicación del diario La Nación manifestara a principios de esta semana el estado del edificio, el Ministerio de Planificación se comprometió a relanzar el mes próximo la licitación para la restauración y puesta en valor del teatro. El Ministerio se defendió al recordar que, en su momento, la licitación pública Nº 4/2014 de la Secretaría de Obras Públicas que daba lugar a la restauración del edificio «debió darse de baja porque ninguna oferta se ajustó al presupuesto oficial», de algo más de $14 millones.

El Cervantes: un teatro construido con el esfuerzo de una vida

También conocido como Teatro Nacional de Buenos Aires, el Cervantes se gestó como el sueño de dos famosos actores españoles, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, que pensaron que la Ciudad se merecía un edificio grandilocuente para representar las obras de teatro del idioma castellano.

Habían llegado al país a finales del siglo XIX  como cabeza de su propia compañía de actores y, prontamente, recibieron el reconocimiento del público local, poco acostumbrado a presenciar la comedia de salón y el drama histórico en un marco de apropiada elegancia. Las crónicas de la época no ahorraban elogios para las presentaciones de María Guerrero: «Su admirable temperamento, su vasta cultura artística y su dicción impecable (a cargo de las temporadas teatrales) constituyen uno de los acontecimientos salientes y más cariñosamente esperados de la vida invernal de la metrópoli».

La amplia fortuna del matrimonio les permitió en 1918 comenzar a darle forma a su gran sueño de un teatro propio, en el terreno de la esquina de Libertad y Córdoba. A tal punto llegó su anhelo que lograron que el por entonces rey de España -Alfonso XIII- ordenara a todos los buques de carga españoles que llegasen a Buenos Aires transportar al menos parte de los elementos artísticos indispensables para el Cervantes.

Amplio y elegante, el teatro Cervantes -María Guerrero nunca aceptó las continuas sugerencias de bautizarlo con su nombre- terminó por cobrar forma el 5 de septiembre de 1921, cuando se inauguró con gran pompa y con la señora Guerrero a cargo de «La dama boba», un clásico de Lope de Vega.

La sala principal del Cervantes tiene la capacidad para 860 espectadores entre su platea principal, palcos y balcones

Los altos costos de mantenimiento y el enorme gasto personal que habían comprometido en su construcción derivaron en un fuerte endeudamiento. En 1926 sus propietarios decidieron vender el teatro al Estado que, gracias a la intervención del autor argentino Enrique García Velloso, pasó a ser Patrimonio Nacional.

Características y detalles: un estilo propio de sus impulsores

El teatro guarda un estilo arquitectónico estrechamente relacionado con el origen de sus donantes: netamente español con predomino del plateresco, aunque también con bastante estilo herreriano. Las fachadas reproducen las del Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares.

Son tres las salas con las que cuenta el teatro, tanto para representaciones teatrales como de otras ramas artísticas. Su sala principal, María Guerrero, cuenta con una capacidad para 860 espectadores, distribuidos en una platea principal, palcos y balcones. La sala Orestes Caviglia, instalada donde antiguamente funcionaba la confitería, tiene una capacidad para 150 personas y, por último, la sala Luisa Vehil -también conocida como Salón Dorado por su decoración- no cuenta con escenario o platea, lo que permite adaptarla según las necesidades, incluso para puestas teatrales no convencionales.

Los materiales utilizados para su construcción fueron importados en forma íntegra desde diferentes ciudades españolas: los azulejos, de Valencia; las locetas rojas del piso, de Tarragona; las puertas de los palcos, de Ronda; butacas, espejos, bancos, rejas, herrajes y azulejos, de Sevilla; lámparas y faroles, de Lucena; la pintura para el techo, de Barcelona; y de Madrid su fabuloso telón original, devorado por un incendio que quemó gran parte del teatro -luego restaurado- en 1961.

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